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Salma me amó, pero no fue culpa suya.
Salma era como esas olas muy pequeñas que nacen en la misma orilla
/del mar encalmado.
Como un soplo de viento cálido en invierno, que pronto se esfuma.
Era de altura escasa, enjuta, exigua, de ojos abundantes pero fáciles,
/ algo tristes, decaídos.
Sus labios eran delgados como llamas moribundas. Su voz era frágil; era
/un suspiro húmedo.
Su aspecto era plácido y su gesto vacío. Sus rasgos eran dignos aunque
/insignificantes.
Su sonrisa melancólica era su máscara más frecuente.
La encontré en un suburbio de Las Palmas, un atardecer de junio, cuando,
/acompañada de amigas imprecisas, paseaba sin urgencias.
No sé por qué le hablé. Creo que le hablé.
Le llevaba veinte años, pero, pese a ser joven, era culta y parecía
/imperturbable y muy vivida.
No sé por qué la amé. Creo que la amé.
Ella me amó con entrega absoluta, perfecta; desde lo más profundo del
/río de su corazón, me amó.
No fue culpa suya.
En un piso del siglo diecinueve, cercano a Recoletos, yo leía sin
/descanso la sangre de Neruda mientras ella enceraba las gastadas maderas
/del suelo.
Era feliz cocinando, fregando, mirándome. Parecía respirar el aire que
/exhalaba yo. Mis escasas sonrisas la alimentaban.
Cuando me daba unos pantalones recién planchados, me besaba con fuerza.
/Después de besarme, quedaba quieta y desmayada: sublimada.
Yo me iba.
Yo me iba y ella se quedaba allí, transparente, cristalina, rosácea.
Yo me iba a respirar, a mentirme vidas diferentes, a proyectar futuros
/de hojalata.
Ella se quedaba allí, me esperaba y, a mi vuelta, me abrazaba sin oler mis
/perfumes extraños; me amaba sin piedad.
Aquello no podía durar y ella lo sabía. “Vuela más alto. Ve”, me dijo. Y
/reprimía las lágrimas con entereza.
Le pagué seis meses de alquiler y le dejé seis mil euros sobre la mesa. En
/mi vida he tenido más conciencia de canalla.
Después de muchas lluvias, en una noche clara de luces de neón, yo elegía
/entre “Relax total” y “El Desenfreno”. Me aburría.
Su voz mojada, gemido derramado, pronunciaba mi nombre desde más
/
allá de la penumbra.
Surgió de un rincón maloliente de la calle, de un rincón podrido de mi
/
recuerdo.
Ya no llevaba su inexcusable hiyab envolviendo sus cabellos. Su tez,
/
demasiado morena, se escondía detrás de cosméticos europeos.
Casi desnuda su piel de cartulina rozada.
Casi angustiosas su mirada y su sonrisa de maquillajes descomedidos.
Casi explícita la infinita desdicha de su procacidad.
Yo miraba su carne descubierta, desprovista del chador de coloración viva que
/siempre había vestido.
Había dejado de sentirse magrebí, pero ahora se mostraba como algo con
/
demasiados nombres.
Me miró con sus ojos mortecinos, vaga sombra de su extinta ingenuidad.
/
Se acercó,
me tocó. Sólo me rozó un poco.
“Te amaré hasta morir”, me dijo con voz ácida. Y mis lágrimas brotaban,
/
sucias
de culpa.
Eché a correr, huyendo de ella y de mí. Sé que tomé muchas pastillas. Viví,
/
al fin.
Ahora lo cuento.
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