Ámbito poético:La poesía extrema del
subconsciente


 

 

Autor

J. J. M. Ferreiro
 

 

 

Indago lo no escrito

 
 

Indago lo no escrito,
la no palabra;
el color de la rosa disentida
que es morada del sueño.
Íntimamente ensancho
mi encierro propietario,
mi bandera inequívoca
a la luz de los vientos persistentes.
Forjo las mazas,
los versos inmortales piedra abajo,
la hierba de la tundra,
imágenes erguidas
axiales a la evocación.
También algún volumen del sollozo
con los ojos rayados
desposeídos de intransparencias.

Y tú,
cifra, carácter, símbolo,
vendrás
tras la calima donde el mar barbudo
tras el barbudo sueño,
donde más verde
la Posidonia fulge.

En su conjunto
¿sientes el viaje
del corazón, sus infinitas
irregularidades?

Yace el color en el ala
junto al laurel
descansando de sí mismo.

 

 

 

 

Campos magnéticos

 
 

Era un asombro femenino cubriendo gestos de leche. Un multivectorial
campo magnético direccionaba sus pezones; curvilínea admiración de la luz
sobre una pregunta de la carne, prieta en los segmentos centrales, donde el
agrupamiento era un escándalo en cuanto a su colorada y lujuriante concentración.
Me subyugó el percutir de las carcajadas rebotando hacia abajo y rompiendo
algunas ramas del árbol genealógico de la familia. Había encontrado en su cuerpo
la rapidez del aire; y, en el instinto, el fuego precoz de la inexperiencia. Menos mal
que era febrero, tiempo del metabolismo basal en los árboles de hoja caediza.

Renaces del crepúsculo
cuando el túnel del aire se envejece,
cuando se diluye su estrella
y fulguran las sienes del azogue.

Un campanazo secular alisa
el aire, tamborileando
tus desperdicios
con la tensa mudez
de un alma inédita.

Mujer de doloridos pechos,
y muslos abiertos,
suda anidada de semen
la corteza irremediable de tus ojos.
Confluyes con el frío pardo
que rodea el micelio de los hongos.
Confluyes y feneces
como la eminencia espinal
de un beso con las venas estriadas,
la luna de la espalda
hecha navío,
las nalgas súbitas de rubia pólvora.

La arena proferida
en la playa limpia de tu vientre,
es un designio que desprecia el vuelo.
¿Cómo se crucificará la espuma
sino que con tu piel mojada?

? En el arpa, un cabello tuyo,
puede amainar la más curtida
de las tormentas.

Quiero el tangible nombre de tu especie.
Quiero tus labios
como filos que sangran
mi boca quieta.
Quiero tus labios
donde se agrieta el corazón
como una mano inconsolable.

Quiero mis labios
en ese cuello tibio con vigas de silencio.

 


 

 

 

Autor

Victor Gómez Ferrer
 

 

 

Pensamientos

 
 

Decían los aristotélicos que la regla es a raíz del uso. Algo nada evidente si
seguimos "La historia del daño" que emerge de las grandes confrontaciones
tanto en lo social como en lo psicológico de nuestra época más reciente.

Tan en lo abisal y subacuático, como en la línea del camino frente al horizonte,
tus ojos-llave se preguntan qué cerradura
hay que abrir al mediodía de los signos
para entrar en lo real, para entender la cicatriz y el amoratado hijo de las peleas.
Hemorragias o heridas: el hombre es un animal venciéndose
el miedo y la desventura de pensar.

Sabemos que amamos con casi exclusiva locura,
como ningún otro ser sobre la tierra salvo el Baobad.
Pero ni tan siquiera esa compasión de vivir para
dar cobijo, compartir sombra, respirar lo unítono y sono
nos evitan esa sensación de desorientación, fatiga, pérdida, errancia, exilio,
soledad a la que nos avocan las muertes. Invidentes y extranjeros bajamos
de una infancia
a otra infancia más severa cuanto más reflexiva, mas bruna cuanto menos
sorda. Infancia
que registra en la piel del devenir estrías, arrugas, morenez agria, preámbulos
hacia lo finito.

Gigantes manos, atléticas, colosales manos quisieran sostener el mundo, la vida.
Batirse con la mentira,
exprimir el limón ácido
sobre la fresca carne del salmón.
Pero hay líquenes que frenan la velocidad de sus acciones.
Pero hay rocas que atan la turbulencia de sus intentos deicidas
de ayudar a los pájaros muertos
a rendir su tributo en la salvaje fiesta de los peces del Coral.
Y una sombra a dentelladas
deja el espacio
en lo imposible.

¿Quién escribirá el epitafio de los que invisibles son de
la noche negra
brisa sin nombres?
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