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Decían los aristotélicos que la regla es a raíz del uso.
Algo nada evidente si
seguimos "La historia del daño" que emerge
de las grandes confrontaciones tanto en lo social
como en lo psicológico de nuestra época más reciente.
Tan en lo abisal y subacuático, como en la línea del camino frente al horizonte,
tus ojos-llave se preguntan qué cerradura
hay que abrir al mediodía de los signos
para entrar en lo real, para entender la cicatriz y el amoratado hijo de las peleas.
Hemorragias o heridas: el hombre es un animal venciéndose
el miedo y la desventura de pensar.
Sabemos que amamos con casi exclusiva locura,
como ningún otro ser sobre la tierra salvo el Baobad.
Pero ni tan siquiera esa compasión de vivir para
dar cobijo, compartir sombra, respirar lo unítono y sono
nos evitan esa sensación de desorientación, fatiga, pérdida, errancia, exilio,
soledad a la que nos avocan las muertes. Invidentes y extranjeros bajamos
de una infancia
a otra infancia más severa cuanto más reflexiva, mas bruna cuanto menos
sorda. Infancia
que registra en la piel del devenir estrías, arrugas, morenez agria, preámbulos
hacia lo finito.
Gigantes manos, atléticas, colosales manos quisieran sostener el mundo, la vida.
Batirse con la mentira,
exprimir el limón ácido
sobre la fresca carne del salmón.
Pero hay líquenes que frenan la velocidad de sus acciones.
Pero hay rocas que atan la turbulencia de sus intentos deicidas
de ayudar a los pájaros muertos
a rendir su tributo en la salvaje fiesta de los peces del Coral.
Y una sombra a dentelladas
deja el espacio
en lo imposible.
¿Quién escribirá el epitafio de los que invisibles son de
la noche negra
brisa sin nombres?ont>
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