Ámbito poético:El rechazo del ritmo silábico


 

 

Autor

José María Pinilla
 

 

 

A Ignacio Bellido, poeta

 
 

"Soy Ignacio Bellido, y soy poeta”, me dijo
entre susurros una tarde. También me consta,
que a bordo del navío, fue psiquiatra
y hoy, en la literatura tiene el cobijo de sus gotas de agua
y sus campanas.

A veces me insinúa,
que hay que ser respetuoso con el azar y con la muerte,
con el mito de Bronwyn de Cirlot, y su amada
—la que renace siempre de las aguas—,
y me lee sonetos de Shakespeare en versión original
—por supuesto en inglés—
y me habla de cuando estuvo con Pessoa en Portugal,
de aminoácidos y proteínas,
mientras apura su plato de lentejas con esmero
para fortalecer el ADN de su barba blanca,
como una indulgencia o una jaculatoria,
como si vestirse cada mañana
supusiera cometer un adulterio, y arrojar al mar
los residuos radiactivos de la aurora.

También me lee a John Ashbery, y me cuenta sus periplos,
su estancia en Nueva York,
y como el invierno se parece a la noche
y el adiós al olvido.

Y dice que nació en Salamanca, y pretende
conjurar su memoria con el cero, mientras galante,
enamora lunas, me cuenta su viaje a Baden-Baden
y sigue hablando de lentejas, de tomillo, de pimiento verde.

Ayer, en el Ateneo, del que me hice socio
por petición del poeta, le dije: ¿Por qué tan serio Ignacio?
[i]Estoy admirando[/i] —me respondió— una fotografía del poeta Yeats
en su profunda metafísica,
gafas condecoradas en lo intemporal
y gesto de "darse cuenta" de lo que el resto ignoramos.


Ante tan sabias premisas, sólo me queda
retomar sus “Crepúsculos Involuntarios”,
rezar a su árboles,
disfrazarme de luz
y esperar que el cielo acuda.

 

 

 

 

Autor

Proserpina Ramírez
 

 

 

Manifiesto

 
 

No me digáis que siga ese camino que lleva a las estrellas,
dónde sólo transita la esterilidad confesa del tumulto
y en la que mi voz, si alguna vez germina, nace muda,
porque ahora amo demasiado el silencio y seguro
que echaría de menos el mar.

No me digáis que trate de alcanzar las estrellas
porque aprendí que una estrella es algo especialmente peligroso
sólo apto para astrónomos y poetas escolásticos.

Si es posible, dejad que siga aquí.
Dejadme
esperando el estallido del invierno, o mejor,
sobrevivir en este otoño amable y doloroso que parece vivir de los recuerdos.
Este mar de hojas muertas en el que el viento
dibuja perezosamente hipocampos y grifos.

¿No es mar al fin y al cabo?

 

 

 

 

Autor

Antonio Rojas
 

 

 

Plegaria de Luzbel

 
 


“Quomodo cecidiste de coelo, Lucifer, qui mane oriebaris;
corruisti in terram qui vulnerabas gentes.
Qui dicebas in corde tuo: in caelum conscendam,
super astra Dei exaltabo solium meum,
sedebo in monte testamenti, in lateribus Aquilonis”.

                                                                        Isaias 14: 12.

No recuerdo, Padre, no recuerdo,
la luz en tus ojos de amarillísimo ocaso,
la selva vibrante de tu voz sin edad;
la caricia que una vez calmó mi duda
y ungía de perfumes el lomo de las fieras.
He perdido, Padre, el tacto y el sonido de tu abrazo,
tu mirada que adornó mi amanecer de infinitas amapolas.
Soy tu hijo, el que no extrañas,
aquél que de siglo en siglo
ha sido llamado todos los nombres
y en el que todas la huellas dejadas en el polvo
abren en sus pies como flores de espanto.
Soy tu prole, Dios mío, y a Ti busco.
He seguido la compulsión de las estrellas,
la ruta de las aves
en los vientos circulares del sur;
he mirado con asombro
el ritual del lucero que sube con la aurora
y se pierde en el día como jardín de soledades
y no te encuentro, Padre, no te encuentro,
como si mirara en el rostro del olvido.
Imploro.
Mi grito se pierde en la mudez de los abismos
y entonces me abrazo a esta tierra que amo,
y me ama,
a estos ríos de interminable blancura
y a ellos confieso mis inquietudes y reclamos.
Hoy, que en las cumbres más altas de la noche
buscan mis pasos ser guiados por los tuyos,
me pregunto si tomarías entre tus manos éstas mías,
curtidas por el dolor inacabable de los hombres.

 

 

 

 

Autor

Marian Raméntol Serratosa
 

 

 

Ojos desmedidos cojeando en el extraradio
del infierno

 
 

Castigamos los recuerdos.
Quizá es mejor hacer bolillos
con todas las sílabas que emproan el ADN de nuestros nombres,
a quedarnos dormidos en esta sequía de arpas y violines.

La estructura pestañeada que cargamos bajo las cejas
nos pide paz en el borrador de cada pausa
cuando nuestras manos se comportan
como dos freudianas y sinfónicas matanzas
y las estrellas siguen cerrando los ojos
para no amamantar este silbato púrpura.

En verdad es un extraño parto,
como un réquiem de ojos sin medida,
en el que reconocer a nuestros hijos dermopoéticos
cojeando en el extrarradio del infierno.

 

 

 

 

Autor

Elisa Berna Martínez
 

 

 

El despertador

 
 

LLega el grave momento de la verdad.
El que te extirpa del vientre de los sueños.

Y como un animal adiestrado especialmente
para esta cruenta pugna,
cerceno lo humano,
lo que hubo,
lo que era,
y esa voz que susurraba los deseos.

Esa voz
-dura y pretenciosa-
que se acomoda hoy entre tus tímpanos
sentenciando:

La vida era ésto.
No es otra cosa.

 

 

 

 

Autor

Enrique Sanmol
 

 

 

Ubi sunt

 
 

Paisaje de persianas echadas.
Una canción de Neil Young
trae imágenes
de un hogar lejano y frío
con ventanas azules
y pájaros altísimos como cometas.
Imágenes verdaderas como humo,
ese humo que huele
como dicen que huelen los recuerdos
cuando el silencio nos visita.
Yo sigo allí, donde el amor
las canciones dicen que es más real,
el faisán inerte de una pintura embalada
en los sótanos de un museo.
Y tú, supongo,
no estás más que en estas palabras.
Nada de esto es luz, lo sé,
para beber en ti las estrellas
hablo de un viento que desconozco
y de sueños que partieron olvidándonos.
Nada de esto es luz,
pero la música nos permite imaginar la llama,
porque, después de todo, es cierto,
hay un hogar en el norte de Ontario.


 

 

 

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