De entre todos estos poemas, tan sólo uno (Este filo del tiempo) se aparta, aunque no del todo, del eje temático general. Se trata de un soneto perfectamente construido, mezcla de cibernética y amor donde el teclear armónico abre la ventana del ordenador en la que se adivina el amor.

      El cuerpo general del libro gira alrededor de los valores universales: el tiempo, la muerte, el amor. La preocupación por estos temas parece obsesiva y se nos ofrece de diversas maneras, pasando desde la aciaga desolación de lo que ya no puede recuperarse de Significaciones, por la reflexión serena, contenida, de Esta piedra que toco, hasta la desgarradora sensación de Tras el jardín o la amarga ironía de Tertulia de café. En algún poema, como Paisaje rural, el paisaje no es sino marco donde se hace patente el inexorable fluir del tiempo. Solos quedan el recuerdo y los sueños contra ese tren, contra esa nave, contra esos rostros sin forma que bullen en el alma del poeta y a veces la atormentan.

      He de señalar que estamos ante una poesía muy elaborada, con una reflexión profunda del autor sobre el acto creativo, y que pone de manifiesto su buen hacer poético. A lo largo de la obra se evidencias aspectos como el dominio del verso y del ritmo, la esmerada ponderación en el empleo de combinaciones métricas (/silvas de endecasílabos y heptasílabos), y el uso de variados recursos poéticos como pueden ser los aspectos fónicos de logradísimas aliteraciones, por no hablar de la simetría de poemas como Reloj de arena.

      No quisiera terminar este prólogo sin dejar constancia de lo que la lectura de este libro ha supuesto para mí. Ha sido un feliz encuentro con una poesía elegante, sugerente, muy bien construida y estéticamente llena de aciertos. Pero no me extenderé más. Prefiero que sea el propio lector el que disfrute con este racimo de poemas y descubra por sí mismo el indudable valor poético de sus versos.

      Voz que no ha pasado, que no puede pasar desapercibida allí donde se deja oír. Toda su breve obra poética ha merecido el reconocimiento de algún jurado. En 1995 obtuvo, copn el libro En el silencio, el primer premio en el XXXIV Certamen Nacional de Poesía "Amantes de Teruel", pemio que repitió al año siguiente con Tiempo de regreso. Su único libro publicado hasta la fecha, Evidencias del paisaje (Medialuna Ediciones, Pamplona, 1997), mereció también el Premio "Ángel Martínez Baigorri", convocado por el Ayuntamiento de Lodosa (Navarra). Reflujo, su última obra, viene a confirmar la madurez de un poeta sorprendente, y así lo ha reconocido el jurado que le ha otorgado el prestigioso premio que acaba de obtener.

      La poesía de Felipe Fuentes, ajena a modas y modos postizos, falsamente transcendentes, rezuma autenticidad, surge de lo más profundo de la experiencia vivida, meditada en largas horas de contemplación y reflexión, y nos ofrece la verdad eterna de nuestras vidas, condenadas irremisiblemenbte al fluir del tiempo, al olvido. No otro es el sentido de la marea que da título al libro, y contra el que trata de luchar un ciego -la imagen de todos nosotros- en un mar sin ribera ("Preludio").

      Pero esta lucha contra el silencio, contra el tiempo, es ante todo una lucha consigo mismo, con ese "mar de fondo" -nombre de la primera sección del poemario- en el que naufragamos a cada instante y del que tratamos de salvar los residuos der nosotros mismos (la cita de José Ángel Valente que encabeza la sección es muy significativa). Y lo hará de la única manera posible: con la memoria transcendida en palabra poética.

      En poemas como "La casa vacía", "Amanece en el aire", "Truncos muros" o "Mediodía" late la dolorida conciencia de la imposibilidad de rescatar el pasado, de volver a vivir lo vivido. Pero el poeta sueña con la posibilidad. Le gustaría hacer eternos esos momentos felices del pasado, llenos de vida, retornar a ellos ("Voz de retorno"). Los paisajes de infancia, la casa familiar, los sueños adolescentes, el asombro ante la vida, motivos tantas veces tratados -un eco machadiano es inevitable cuando se alude a álamos o a niños que juegan en la plaza-, adquieren en la voz de Felipe Fuentes un tono contenido, lejos de cualquier sentimentalismo o nostalgia fácil. No es el propósito del libro engolfarse en la añoranza del tiempo perdido, sino rescatarlo y lanzarse en vuelo hacia la luz, hacia el gozo pleno de la vida, dotada de sentido. El poema "Propósito" así lo proclama: "Ahora que ya sé que el oro falso se deshace/como barro en el agua, y que la luz/que nace muerta, en la distancia muere/he de sumirme en las despiertas aguas madres..."

      La segunda sección -"Aves migratorias"- ahonda en la reflexión sobre el fluir del tiempo ("Remanso"). Pero esta evidencia no lleva a Felipe Fuentes a considerar la vida, al modo manriqueño, como algo sin valor, sino a afirmar la importancia del momento, a desear sentir y captar intensamente el presente, la belleza que el mundo nos ofrece si sabemos apreciarla. El hermosísimo poema "Si tú me miras..." es el contrapunto necesario a tanta pérdida, la afirmación vital del instante, que puede llegar a ser eterno.

      Frente a ese mar de fondo de la primera parte en que la vida naufraga, las aves -deseo de ascenso, de verticalidad- pueblan esta sección, que da paso al dominio de la luz en la tercera. Una cita de Claudio Rodríguez, el poeta que amó el mismo luminoso paisaje que Felipe Fuentes nos ofrece en su poesía, nos revela el sentido de esta sección última. El goce de la contemplación se adueña de la voz del poeta, que se vuelve cántico espiritual, como en San Juan de la Cruz, y material, como en Jorge Guillén, ante la naturaleza ("Mira este humilde claro"). Afirmación del presente, de la luz que da forma y sentido al mundo y a nuestras vidas. "El emparrado", el citado "Propósito" o "Posdata" reconcilian al poeta con la vida, a pesar de su fugacidad.

      Frente a la algarabía y la prisa, la voz interior, el sentido de la vida auténtica. Felipe Fuentes sabe separar lo esencial de lo accidental, lo perenne de lo caduco, remar con fuerza contra el "reflujo" del tiempo que nos arrastra al naufragio del olvido, y llegar a buen puerto: la poesía como salvación, como verdad imperecedera, como belleza y prodigio. Plenitud de una voz poética que merece ser escuchada. Honda lección ética y estética.

     Procedentes de Francia, España, Paraguay y Brasil, los cuatro autores antologados, E. Dominique Jollivet, Felipe Fuentes García, Óscar Distéfano Miers y Tania Corrêa Alegria, —por su concepción estética de la palabra— se aúnan no sólo para vindicar esa visión aludida de la poesía como ritmo, sino a través del conocimiento de las propuestas de la web debido a su decidido compromiso de participación en algunos de estos ámbitos literarios. Su propuesta poética forma un corpus unitario, dentro del natural paralaje que proporciona el estilo personal y las diferencias culturales del país de procedencia de los autores, cuya puesta en común esperamos que sea altamente enriquecedora para el conjunto de la obra. Su temática, vinculada —como no podía ser de otro modo—a las experiencias vitales de los poetas, se refiere al sentimiento del hombre frente a la realidad. Es significativo el tema amoroso, generalmente planteado como pérdida, como anhelo truncado. Otras veces, laten en el poema otros valores antropológicos como la fugacidad del tiempo o la trascendencia de la palabra. Los temas propuestos y su andamiaje formal no persiguen un magisterio expreso que no sea lo que se desprenda de la lógica de su contenido. Sin embargo, y más allá de la invitación a la lectura, sus autores aspiran a dar a conocer su obra como un referente de lo que hoy se comparte en Internet en cuanto a creación poética.

     ... La poesía aportada por el español Felipe Fuentes García es una poesía propia de la madurez de un poeta. A la búsqueda de la palabra adecuada en cada verso, encuentra milagrosamente la palabra poética, la palabra perdurable. Es una poesía fuertemente interiorizada, incluso intelectualizada, en la que la que se percibe el latido del abandono y la preocupación por lo trascendente. Sin embargo, pese a ello, es comprensible y evocadora más allá de la clave del autor. No hay nada de oscurantismo en ella y la limpieza de sus imágenes y metáforas impacta fácilmente en el lector. Una poesía de las experiencias más allá de lo impostado y de lo imaginado. En definitiva, su poesía es sólo la vida. Con pocas concesiones a lo superfluo, con una imaginería seria y absolutamente definitiva que le hace decir... «la luz se adelgazaba lentamente en el hondón del tiempo, tú aún cabías en sus ojos...» cuando evoca el atardecer simbólico de ese temporalismo de la vida, con la que resume toda una intención existencial.

     Pero junto a esta seriedad formal, propone poemas en los que no sólo la disposición versal es pertinente y polisémica, sino que existe movimiento en ciertos versos, que obviamente no puede trasladarse al papel. Se trata pues, de poesía cinética y visual que sólo podría apreciarse y entenderse adecuadamente con un ordenador o computadora. Autor de varios libros de poesía, nos deja en En la ebriedad del bosque una cuidadosa y acertada síntesis de su quehacer poético...

     Pero esta poesía no es fácil, no admite la lectura superficial, ya que se halla atesorada de sutilezas, no sólo en cuanto a la pulsión de su contenido, sino en el aspecto formal donde demuestra haber superado heroicamente los costreñimientos de la métrica, para alcanzar ese estadio donde el poema fluye naturalmente, vuela con entera libertad, como un ave que ha superado el entrenamiento del vuelo y adquiere "el arte de desplazarse por los aires". Poesía madura, honda, delicada, refinada en la escuela de la tradición, superando sus conceptos, creando nuevas tendencias, enriqueciendo la poesía castellana. Yo diría que la principal virtud de esta obra es la notable unidad que presenta entre contenido y forma. Parafraseando a Federico Garcìa Lorca, quiero concluir diciendo que Felipe Fuentes García es poeta por la gracia de la divinidad y por la gracia de la técnica y del esfuerzo.

     Consciente, pues, de esta tarea, al abordar el núcleo de esta antología he adoptado el criterio de seleccionar de las diferentes publicaciones aquellos poemas que, por su fondo, no distorsionaran en exceso el tono general, al tiempo que el material seleccionado pusiera en manos del lector una representación “suficiente” de mi aportación poética en estos últimos doce años. Precisamente por ello, he suprimido cualquier representación de Album rural cuya temática y cuya forma se apartan del denominador común de la antología, y también he dejado fuera de este compendio los libros En el silencio y Tiempo de regreso, escritos con una poesía “fresca” e intuitiva y que considero tempranos o primerizos en mi andadura poética.

     Debido a la necesaria limitación de la extensión del libro, de las publicaciones Evidencias del paisaje y Reflujo he elegido tan sólo doce poemas de cada una, dando mayor importancia -con una selección de veinticinco poemas- a la muestra poética de tanto En la ebriedad del bosque como de Íntimo extremo, poemario este último que da título a la antología. Espero con este conjunto poético ofrecer al lector una suficiente pluralidad en lo formal, y una temática que, aun oscilante, está sujeta a la misma preocupación existencial de mi poética.

     Quiero agradecer, finalmente, a mi amigo, el poeta paraguayo Óscar Distéfano Miers, sus palabras de análisis y su valiosa estimación del contenido del libro expresadas en el Prólogo. Dejo aquí mi agradecimiento también para mis amigos y excelentes poetas, la francesa Dominique Jollivet, la brasileña Tania Corrêa Alegria y el riojano Adrián Pérez Castillo, por las amables aportaciones que, de una forma u otra, han contribuido explícitamente a una mayor pulcritud de la obra.

     Lamentablemente, no soy Dámaso Alonso. Mis herramientas de crítico son pobres. Sin embargo, al escuchar la poesía de este profundo poeta castellano (porque es una poesía compuesta nota a nota para el más fino oído), nos gustaría, como hace el padre de la estilística con Garcilaso o Góngora, detenernos en algún verso para atender cómo hace lo que dice: “A mi paso se espesa la maleza”, escribe el poeta en “Íntimas palomas”, y vemos –oímos– cómo efectivamente el “paso” se repite en “se espesa” dándonos la sensación fónica, y a partir de lo fónico semántica, de lo que está representando, quedando esas eses (paso- se - espesa) que van frenando el avance del caminante cerradas con mayor resistencia en la “z” final de “maleza”, que por ser castellano el autor pronunciaremos con interdental. Los ejemplos podrían ser numerosísimos, porque la poesía de Felipe Fuentes se orienta hacia el misterio con el mayor cuido. A eso llaman función poética.

     Pero no es este el lugar para trazar un estudio como se merece, verso a verso. En cualquier caso, no es la poesía de Felipe un lugar de juegos verbales gratuitos, sino expresión de una íntima búsqueda metafísica que parte de lo personal pero que nos remite, desde lo concreto, a una experiencia universal. El poeta está atento al sonido de la semilla que se quiebra, y sabe que la luz de la mañana o el vuelo de un pájaro nos está comunicando algo esencial e impalpable que es raíz de lo que somos. Escuchar esa música germinal es acercarnos al brote desconocido del ser, en que el silencio verdadero se hace palabra poética y la contemplación de la naturaleza nos devuelve a nuestra casa primera. Ante la poesía de Felipe Fuentes tenemos la experiencia, como en el verso de Octavio Paz, de la poesía como autoconocimiento, “para que al conocerte me conozca”, pero no cerrados en un yo, sino abiertos al misterio de la otredad.

     El título del libro, “Liturgia de la disgregación”, tomado del poema inicial, apunta el tono elegíaco del poemario, pero nuestro poeta no se ancla, mantiene el oído atento, y a pesar de la oscuridad la fe tiene la última palabra; recordemos lo que nos dice en “La fuerza de la lluvia”, poema que el autor considera de los más representativos del libro: “A veces, sin embargo, la luz se tornasola / y un zumo compasivo fluye entonces ardiente / como la sangre de los días de esperanza”; o escuchemos los últimos versos del poema final: “En este invierno el único consuelo / es aferrarse al alma, ungir con mansedumbre / las ascuas del amor no consumido. / Y saber que estas horas que se agolpan / también son de verdad, que todavía / no puede ser de la ceniza lo que la luz deslumbra”. El “hoy es siempre todavía” machadiano parece resonar en la emoción siempre recomenzada.

     No hemos de olvidar en este prólogo la inquietud experimental que cultiva la poesía de este levantino de adopción. En “El viejo botón”, qué mejor como muestra, el poeta ensaya un nuevo tipo de rima, en la que pueden casi rimar “círculo” con “vértice” o “servil” con “rural”. No en vano la rima es recurrencia sonora, y a nadie se le escapa que puede haber recurrencias sonoras finales que no sean las rimas tradicionales.

     La poesía, decía Pedro Salinas, tiene que ver con la sorpresa. Qué mejor territorio que este breve e inmenso encuentro con la poesía de Felipe Fuentes García, donde puede encendérsenos, inesperada-mente, la sorpresa de ser.