Llave de bronce antigua Gentes Llave de madera para bodega

 

 

Aquella tarde atrás

 

La luz se incendia por el aire y dora
su fuego las almenas de lo árboles.
Yo estoy al contraluz, el ojo hendido
por los angostos rápidos del tiempo.
La llamada es de lejos. Arde nueva
la luz no suplantada,
la abierta llanarada en la mañana
de aquella tarde, atrás,
sobre la viva algarabía de cristales
con que estrenaba el mundo
nácar en los botones,

zapatos de charol entre los pájaros.
Reverdece la luz y, ciego, veo
a ese niño que juega a los reflejos
y embebido en fulgor, de lejos, mira
con la cada borrada.

 



Yo mismo de cinco años de edad.

 

 

Despiertas aguas madres

 

Ahora que ya sé que el oro falso se deshace
como barro en el agua, y que la luz
que nace muerta, en la distancia muere,
he de sumirme en las despiertas aguas madres,
llegar desnudo allí donde no ciega
la estéril luminaria del tumulto
y ungido de su voz, amanecido,
recobrar el aroma del antiguo
jazmín aderezado de los días, la mirada
de las horas felices, el temblor en el aire
de la frugal inflorescencia de los pájaros.
Y así, desde el estar, resucitado en alas, que la vida
en tanta levedad se justifique al menos
-libada a tenues sorbos- en el vuelo.

 

 

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Mi abuelo (a derecha, de pie) con ocasión de las funciones en las fiestas de Arrabalde.

 

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