Poemas recientes


 

CANTO A LUCÍA




 Hablabas, desde la sencillez, de la sutil plenitud de las cosas y en tu boca se abría un manantial donde la luz cantaba.

Era la noche y retornabas a nosotros para saciarnos con el polen de lo verdadero. Y yacíamos todos, abierto el corazón sobre la transparencia,  asomados a la sima de tu claridad.

Bebíamos tu música. Y la fértil llama que nos encendía, temerosos, en la esperanza, nos colmaba de espigas transparentes. Y callábamos para oír de tus labios el fulgor de la entrega, la mansedumbre de la mies.

Aún no sabíamos que estabas derrotando al olvido.


 

DEL HUMILDE BOTÓN



 Del humilde botón aprehendemos
la perfección del círculo;
de su caricia esquiva, el enigma del vértice.
Y una historia de luz además presumimos,
en su oropel oblicuo, de su función servil,
doméstica o mundana.
Una lección oculta de silencio,
que en la vida del hombre halla su voz más cierta,
su más seguro afán en el servicio,
su dignidad más alta.
Una historia que escribe paralela
al halo no entendido de los nombres
que habitan en el mundo
y que habrá de alumbrarlos por un tiempo
junto al clamor oscuro de su olvido.


 

VIENTO BRONCO DEL SUR



 Viento bronco del sur, fragmentos, jarcias.
Y qué puede quedar de este naufragio
ahora que las aguas entreveran
las quebradas cuadernas de la vida
y todo es mar,
ahora que la noche abierta arrecia
este vaivén de lunas y palomas,
cuando ya casi todo ha sido dicho,
cuando no cabe, ya desnudos,
sino invocar al ángel fiel, rogando
que a través de su rostro luminoso
nos sea concedido
el milagro imposible de retornar al alba,
la encendida aventura de naufragar de nuevo.



 

TARDE CERRADA



 Ved sobre mi ventana
qué desnuda inocencia de alevines
–y qué alacre su fuga–
cuando aún en los cuerpos
campa al trasluz, en sombra, la tormenta.

Mirad atentamente en ellos el
atesorado resplandor. Oíd
su partitura vertical. Decidme:
¿No son sus vientres palpitantes
casi la vida? Al fin y al cabo,
deletrean su origen, trazan,
efímeros, su grávida aventura
y lloran su final.
                            Como nosotros.



 

 

EL ÓLEO DEL DESVÁN



 Alzo la luz y, al parpadeo,
una forma se adentra y abandona
el claroscuro. Advierto que la siguen
unos ojos tras grumos de arcilla o de ceniza.
Y no sé si se enciende
algún verde inmortal en su mirada
o si es el arte, acaso, el opio
que recrea el latido o lo alimenta.

Vago en mi sombra y brilla el aire.
Alzo la luz y creo la tiniebla.

Y se elonga el temblor desde el recuerdo
hacia un recinto en el que pugnan
la mirada, el fanal y el bastidor.



 

 

Volver