El canto de las veneras
Revista poética digital
PRIMERA ÉPOCA
Creada en noviembre de 2006
NUEVA POESÍA
Número actual de la revista: Primavera/2007 (Nº 1)                                                                 Fecha de la última actualización: 9-marzo-2007


      Poned la "venera”, la concha peregrina, en un raído chambergo y la estilizada calabaza de romero en lo más alto del enhiesto bastón de marcha y ya tendremos la estampa del peregrino eterno a la búsqueda del fin del mundo compostelano.
      Poco importa dónde estuviera la tumba de Santiago o la de Prisciliano. Tampoco importaban demasiado los otros fines del mundo de la Gallia, de la Britonnia o de tantos otros a lo largo de la costa atlántica de Europa. Ninguno tan histriónico, tan exultante de luces y de sombras esotéricas como el
finis-terrae gallego. Antes aún del druida y del muérdago, el iniciado y el iluminado siempre sintieron la pulsión mística, (iniciática), de seguir el camino del Sol y trasformar ese camino “al andar” como siempre había sospechado Machado.
      Y al amanecer, junto al mar misterioso del
fisterra, poblado de terrores, de leviatanes y sirénidos, anhelado durante tantas y tantas noches, con el agua salada bajo sus atormentados pies, el peregrino alzaba por fin sus ojos al cielo para comprobar que en el exacto solsticio de verano, el lucero matutino brillaba de una manera especialmente lánguida.
      No sospechaba el peregrino que “Venus desde el abismo lo miraba con triste mirar” a él y a los otros, los bien llegados, a los que de alguna manera habían atravesado por fin el río Lavacolla. En algún momento de esta verdadera historia, imbricada o incardinada en la leyenda más cierta, el cascarón del molusco bivalvo sirvió para ocultar a la irreverente mirada de los mortales el sexo de la diosa. Por eso, la concha venera o concha de venus y el pecado venereo.
      Después, todo decayó. La escolástica derrotó a la mística en una larga y encarnizada batalla social y la venera se degradó y devino en “tanga” vulgar o en “medallón aristocrático” de personajes venidos a menos.
      Realmente, la anterior es una preciosa leyenda, pero personalmente prefiero la “otra venera”, porque en ella late más la vida y, por ende, el sentimiento. La verdadera venera, la tierra densa de vena, esa es la mía. La gruesa vena de la tierra, las “líquidas veneras” o escondidos veneros de aguas cristalinas tan amadas por los poetas románticos. Leed a Bernardin de Saint Pierre y lo comprenderéis. Y las “sólidas veneras” que entregan su plata o su hierro en la
ferronia. Esas son las veneras que amo.
      Esas veneras entre peñascales de las que surge un río dónde el agua canta como una campana de cristal desde hace más de mil años, o eso dicen. O tal vez, el acompasado canto del martillo en la
ferronia.
      Entregadme a esas veneras. Esas son las veneras que amo.


 

 

 

Venus de Milo

 

 

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