E
scucho entre la niebla el polvo de las horas;
su sonido me llama, allá de los plantíos,
llega desde las hondas cataratas
con que el tiempo renace. Veo
cómo con su crecida imperceptible
las fuentes de la luz colman el orto
de savia, de alimento, de memoria.
Nada ahora se ciñe a su peso o medida.
Diafanidad y lentitud están trazando
el límite matriz del horizonte, la inconsútil
ribera boreal del territorio. Aquí
es abundante el fruto, y limpio el limo;
la desnudez del agua en la quietud
alumbra, como un himno, lo visible.
Y vierte la inocencia un manantial:
el granero de un vivir no suplantado.
Fluyen hombres y reses, fluyen
hacia la mansedumbre con su alud de cantos
al otro lado de la ausencia y del silencio.
Es el frutal en llamas de la desposesión.
Es la hondura del cénit de los días raíces.
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